25 de noviembre de 2013

VIVIR DE VIAJE

¿Cómo hacer para olvidarse de la península?: alucinando con las montañas, camino a El Bolsón. Y cuanto más dure el amanecer, en las curvas y contra curvas del camino, más infiel soy con cada sorpresa que regala el paisaje. Las nubes quedan reposando sobre las laderas de las montañas y otras quedan al alcance de la mano, como para jugar como un niño a querer deshacerlas.
El fuego en el horizonte, línea que ahora es ondulada e imperfecta, fue rosa, amarillo, tan sólo un momento atrás. Las nubes son una pintura antojadiza del propio espacio para que al menos hoy y ahora, alguien más que las montañas, disfrute del espectáculo de colores en el que se transforma este amanecer en esta ruta.
Dormir seis noches en El Bolsón, le ha dado cierto descanso al afán turístico de ver y guardar. Me ha permitido sentir el disfrute diario de un paisaje tan natural e imponente como las montañas mismas. O los cielos estrellados, en las noches frías. Y las tardes abrazadas al calorcito del Sol, junto a algún lago o un río. Hacer la maleta hoy temprano, fue como un “dejar algo”. Dejar algo mío, pero dejar también, algo de lo que me gusta recibir cada día.  El color de las montañas, la sombra de las nubes en ellas, las formas de las rocas, más nítidas cuanto más les llega la luz del Sol, el cantar de algún ave, el sonido del agua andando su curso convertida en río, o en la orilla de algún lago.
Vivir siete días en El Bolsón fue haber disfrutado la posibilidad de conocer gente, de saludarte con el que se cruza en tu camino andando en alguna montaña o desayunando en el hostel. Conocer las historias de los que van y vienen, de los que se quedaron, de los que creen en la magia, de los que aman la cultura mapuche, de los que conocen la vasta vegetación y los frutos, de los artesanos, de los viajantes.
De lo mío que queda, puedo saber que es más que nada una huella. Una sonrisa, una profunda respiración. Una caricia en alguna planta o la marca de mis pies en alguna piedra. La mirada… le dejo un guiño de placer a cada momento del día del cerro Piltriquitrón, guardián de esta gente y sus sueños. A la cordillera, del otro lado del paisaje, donde atardece el día detrás de algunos cerros nevados eternamente.
La primera impresión fue que si estás en El Bolsón, tenés que subirte a algún refugio de montaña, embarcarte en la travesía de andar alguna ruta sinuosa o de ripio y llegar a donde la naturaleza muestra su más hermosa entraña, donde permite que los cinco sentidos exploten. La siguiente impresión es la de esta viajante observadora, contemplativa. Válida también en este paisaje tan activo para transitar. Y entonces ahí estuve, atenta con los cinco sentidos para absorber ese bálsamo que lo es todo en este planeta. Sentirme como una minúscula partícula en todo este infinito. Que de verás considero que así lo es. Sentirme viva.

Vivir de viaje es también lo que me gusta observar a través de la ventana. Sin rumbo, agradeciendo llegar a los lugares que debía llegar. Partiendo una y otra vez, con la maleta a cuestas y cierta idea de que algún día tendré que volver.
¿A dónde?: creo que aún no lo sé. 

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