Esta
playa sin nombre es el mejor territorio donde regresar
para
compartir el aire sencillo del mar y caminar,
con
la libertad concedida de ignorar el día de mañana.
Península
Valdés estuvo alguna vez debajo del agua. Y lo que hoy es Puerto Pirámides,
también.
Es por esto
que en sus piedras están petrificadas miles de caracolas, que antes de recibir
de lleno la luz del Sol, flotaban. Vivían en el mundo subacuático.
Alucino
observándolas.
Intento
adivinar los cientos o miles de años que tienen. Y están acá, al alcance de la
mano. Tan sólo necesito extender el brazo y tomar una. O acercar la cámara de
fotos y guardar sus colores, sus posiciones en la roca, estáticas por un
momento, hasta que el agua, el viento, sigan erosionando la piedra que la
envuelve. La historia, que tantas veces está en los libros, aquí se desparrama
por las playas y las restingas.
Pirámides se
me hacía un lugar soñado, como cuando subí a las nubes, con el tren, en Salta.
Y la felicidad por haber llegado aquí se me convierte lágrima repentina, nudo
en la garganta, grito al vacío, sonrisa.
Pirámides,
junto con la península, o mejor dicho, gracias a ella, emergió para darle a
este planeta un rincón en el mundo. Los animales llegaron mucho antes que el
hombre, y qué mejor sabiduría que la de ellos. Se me ocurre que quizá sus
ancestros ya estaban por estas rocas cuando todo estaba bajo el agua y que por
esto, ellos continúan viniendo por aquí.
Pirámides es
la tranquilidad que soñé encontrar. Es no querer despegarme de la playa. Es
llenarme de ganas de este paisaje y sonidos para vivir.
Son parte de
esta aldea las formas y colores de los acantilados, inmensos. Enmarcan estas
playas. Erosionados día a día por el viento desde algún punto cardinal. Los
acantilados, con sus paredes de arena irregular, cuevas, caminos, compiten en
la ruta del caminante con el azul y verde del mar, que llena de aroma la curva
de este golfo.
Tantos han detenido su marcha aquí. Algunos como vivencia de la fauna que se expresa cada año: las ballenas. Habitantes inmensas del fondo del mar, ajenas a la felicidad de los visitantes y moradores de Pirámides.Su paso cercano a estás costas, se me hace que nos convierte en intrusos de esta tierra y mar, elegidos por ellas entre tantos. En esos días todo les pertenece, aunque en lo más profundo considero que les pertenece siempre. A ellas, a las ballenas, y al resto de los que continúan en estas costas y por toda la estepa, en sus respectivos ciclos de vida.
Es sano que existan sitios así en esta Tierra, donde la mano humana va alterando y no deja a la vida expresarse tal cual es.
Me voy de
Pirámides y de la península, con la satisfacción de haber visto vida y con la
ilusión de traer la mía, alguna próxima vez.
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