25 de noviembre de 2013

UN RINCÓN EN EL MUNDO



Esta playa sin nombre es el mejor territorio donde regresar
para compartir el aire sencillo del mar y caminar,
con la libertad concedida de ignorar el día de mañana.


Península Valdés estuvo alguna vez debajo del agua. Y lo que hoy es Puerto Pirámides, también.
Es por esto que en sus piedras están petrificadas miles de caracolas, que antes de recibir de lleno la luz del Sol, flotaban. Vivían en el mundo subacuático.
Alucino observándolas.
Intento adivinar los cientos o miles de años que tienen. Y están acá, al alcance de la mano. Tan sólo necesito extender el brazo y tomar una. O acercar la cámara de fotos y guardar sus colores, sus posiciones en la roca, estáticas por un momento, hasta que el agua, el viento, sigan erosionando la piedra que la envuelve. La historia, que tantas veces está en los libros, aquí se desparrama por las playas y las restingas.
Pirámides se me hacía un lugar soñado, como cuando subí a las nubes, con el tren, en Salta. Y la felicidad por haber llegado aquí se me convierte lágrima repentina, nudo en la garganta, grito al vacío, sonrisa.
Pirámides, junto con la península, o mejor dicho, gracias a ella, emergió para darle a este planeta un rincón en el mundo. Los animales llegaron mucho antes que el hombre, y qué mejor sabiduría que la de ellos. Se me ocurre que quizá sus ancestros ya estaban por estas rocas cuando todo estaba bajo el agua y que por esto, ellos continúan viniendo por aquí.
Pirámides es la tranquilidad que soñé encontrar. Es no querer despegarme de la playa. Es llenarme de ganas de este paisaje y sonidos para vivir.
Son parte de esta aldea las formas y colores de los acantilados, inmensos. Enmarcan estas playas. Erosionados día a día por el viento desde algún punto cardinal. Los acantilados, con sus paredes de arena irregular, cuevas, caminos, compiten en la ruta del caminante con el azul y verde del mar, que llena de aroma la curva de este golfo.
Así son las playas en esta pintura de la naturaleza que es Pirámides.
Tantos han detenido su marcha aquí. Algunos como vivencia de la fauna que se expresa cada año: las ballenas. Habitantes inmensas del fondo del mar, ajenas a la felicidad de los visitantes y moradores de Pirámides.Su paso cercano a estás costas, se me hace que nos convierte en intrusos de esta tierra y mar, elegidos por ellas entre tantos. En esos días todo les pertenece, aunque en lo más profundo considero que les pertenece siempre. A ellas, a las ballenas, y al resto de los que continúan en estas costas y por toda la estepa, en sus respectivos ciclos de vida.
Es sano que existan sitios así en esta Tierra, donde la mano humana va alterando y no deja a la vida expresarse tal cual es.

Me voy de Pirámides y de la península, con la satisfacción de haber visto vida y con la ilusión de traer la mía, alguna próxima vez. 

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