31 de diciembre de 2009

Balance

Este año cambié de década: me llegaron los 30 y con ellos, me llegó la sorpresa de no encontrarme en el lugar que alguna vez soñé podría estar. Aprendí entonces, a ver el vaso medio lleno y a no arrepentirme. Este año trabajé mucho y también tuve la incertidumbre de que podría dejar de hacerlo. Fue un año de cierto despertar general. Encontré a mi alrededor que muchas de las ideas que venía barajando, eran compartidas en muchas partes del mundo. El mundo... este año creo que se generó una conciencia un poco más sabia, menos demagoga. Hice yoga. Y me vino bien. Discutí con mis padres y mi hermana; también nos alegramos, y creo que justamente por todo eso, es que rearfirmo el amor que siento por ellos y comprendo que son los seres más importantes en mi vida. Hice buenos lazos con mis compañeros de laburo, con algunos, claro, y ellos sabrán sentirse aludidos. Hay otros que se fueron, o los fueron, y que los extraño todavía. Conocí gente. Reencontre muuuuchas personas por el facebook. Sigo feliz con mis amigos, esos que saben que lo son. Lloré. Mucho. Pero aún no me seco, así que... Igual trataré de reirme más este próximo año, de no hacerme tanto problema. De ponerme en primer lugar, siempre. Escribí. No mucho, pero volví a participar de la publicación de un libro en cooperación (no comenté con nadie de esto todavía). Sigo rearfimando que mi arte es la escritura, donde salgo de mi, exorciso algunas ideas que a veces me hacen mucho ruido en la cabeza. Aunque pensé en hacer algo relacionado a la actuación... Ya veremos. Me subí a un avión este año! Que maravilloso volar otra vez! Conocí Salta e hice el Tren de las Nubes: con lo del tren, puedo decir que cumplí uno de mis sueños. Fue emocionante asomar la cabeza por la ventanilla a los mas de 4000 mts de altura y sentir como temblaba de frío. Le saqué provecho a estas redes sociales, como Facebook. Aqui me tienen, sin sentirme una facebookdependiente, me gusta andar por acá, poner y mirar fotos. Saber de qué va la vida de algunos, aunque sea por algunos comentarios. Será que me globalice un poquito este año? Un poquito, nada más. Parece que bajé de peso. Por lo menos ahora a fin de año, el pantalón de mi uniforme me queda super grande, pero el analisis de sangre que retiré hace una semana, dice que tengo el colesterol alto.. ufff. Estuve bastante en contacto con mi prima Jackie. Extraño no tener sus abrazos y su mirada un poco más al alcance. Pero nos contenemos tanto con las palabras, que creo que no pareciera que hace dos años fue el adios en Ezeiza. Siempre pienso en ella y se que estamos conectadas. Otro año más en el que agradezco haber reconstituido el lazo con ella. Estuve en contacto con la frescura de los niños este año: con los de mi familia y con los de mis amigas. Y recibí con mucha alegría a Julieta, que fue tan deseada. No salí mucho, hice poca vida social, a lo que realmente me gustaría. Es cuestión de hacerlo, lo sé. Espero lo arregle el próximo año. Seguí estudiando inglés y reafirmando que me teacher es genial. Me dejó tarea para las vacaciones, pero me encanta como se ocupa en enseñarme (soy re buena alumna, no?). Le agregué mas palabras y fotos a mi blog. Está buena esa sensación de publicación inmediata que te genera subir los textos ahí. Sigo tan sensible como los últimos años, sobre todo en esta época del año. Y me acuerdo de la gente que quiero y deseo que la vida no deje de darles satisfacciones y enseñanzas. Porque aprendí que lo de frustarse pasa por uno mismo, por cuánto dependiente somos de una ilusión. No hay que dejar de soñar y hay que saber que los sueños se alcanzan de la forma menos planificada. Hoy encontré una nota con una frase que un amigo me escribió una vez: "Life is like a box of chocolates. You never know what you're gonna get."
Termino este año con un proyecto de cambio. Con la frente alta, sin dejar de emocionarme en cada abrazo, pero respetando mi forma de ser y de tomarme la vida. Balanceando, trabajo nada sencillo, pero gratificante, para poder vivir más livianos. Feliz 2010 para todos!

27 de diciembre de 2009

POR QUÉ SE EXTRAÑA

¿Por qué se extraña?
Porque en el vacío no se escucha igual, ni mejor.
Porque lo que termina está bueno que pueda volver a empezar. Porque es una eterna fantasía, lo de que se puede volver el tiempo atrás.
Y entonces se extraña.
Se vuelve uno impotente.
Porque en el recuerdo no está el sabor de una sonrisa, ni la frescura de una mirada. En el recuerdo no huele como olía en aquel lugar.
Cuando se extraña el único deseo es hacer un acordeón con la línea del tiempo, para poder acercar el pasado hacia el hoy y vivirlo de nuevo.
Porque se extraña cuando lo que fue, nos trajo magia, pero esa magia de la que nunca descubrimos el truco. Se extraña después de haber sentido que la magia iba a ser eterna.

¿Por qué se extraña?
Porque no nos gustan los cambios, aunque los promovemos. Porque tenemos nostalgia y nos gusta saborearla, aunque sea por un tiempo.
Porque fuimos inocentes y no queremos dejar de serlo. Porque están los que apuestan para toda la vida, o a largo plazo por lo menos, y creen que podrían jugar otra partida.
Hay veces que extraño el vientre materno, porque no he podido encontrar aún mejor protección.
Y cuando no se concibe el hecho tan irreversible de la muerte, se extraña la vida que ya se vivió.
Porque lo que termina está bueno que pueda volver a empezar.
Porque es una fantasía eterna, lo de que es posible volver el tiempo atrás.

10 de diciembre de 2009

UN PLAN



Se asoma por detrás de una puerta
espiando.
Es una mujer quieta
como la felicidad que anhela.
No se atreve a dar ni un solo paso
permanece firme en su posición.
No la perturben
no le cambien su esquema.

Está quieta
y sueña.

No la muevan del reflejo que representa
no lo intenten
se desarmaría
aunque curiosa en su esencia
duerma con la intriga de saber cómo podría ser.
No se atreve
no se lo permite.

Está atenta
al acecho de lo que le debería llegar.
No busca
tiene un plan:
quedarse quieta.

Y se da cuenta que la estoy mirando
desde el medio del salón
y se da cuenta que pienso en ella.
No se mueve
pero está inquieta.

Dicen que llora en las noches largas de su espera
noches enteras llorando.
Dicen que nadie la escucha
ni tampoco se dan cuenta.

¡No la muevan!
No abran más la puerta
yo quiero espiarla desde acá
al igual que ella
que tampoco se acerca.
Dice que tiene un plan
que la vida la espera
que no puede intentar hacerlo de otra manera.
Quiere morirse así
parada detrás de la puerta.

¡No la toquen!
Estoy viendo en su rostro
lo que sabe que puede hacer.
Dice que soy su ángel
y eso le hace bien
lo agradece.
Dejen que su quieta felicidad
algún día la expulse de su cueva
de su plan.

No la toquen
que ella entiende muy bien
lo que en la vida le espera.

2 de noviembre de 2009

BREVE















El último beso en una cama
no pidieron más
que un último beso
sin pedirlo
sin saber

el primer paso a lo verdadero
que brota desde el comienzo
sin cama
ni beso
ni después

el dolor de terminar pasado
presente
futuro
nada más que hoy
en las venas

dos, convertidos en otro algo
más eterno
menos pasional
más ser humano
menos artificial

cien lágrimas contadas con una mano
una vuelta de página
otra más
auxilio para respirar
bronca con el pasado
presente
futuro
desprecio por el hoy
que no se va

la primer mirada
en medio de una sonrisa
el último beso
en las ganas de llorar

sabor de una mano entrelazada en la mia
caricias de una voz cortando el poco aire para respirar


el último beso en los labios
en medio de una caricia
habló tan fuerte que nos desnudó
y quedamos rendidos
burlados por nuestra sonrisa
quemando al futuro que acabábamos de soñar

un sueño breve
como de siesta a media tarde
y ahora
un largo comienzo
para despertar

10 de septiembre de 2009

¡ES UNA VARÓN!

Tenía que ser varón.
Para jugar a la pelota o con los autitos. Para no sentirse tan fuera de lugar cuando le dice a alguien que le interesa. Esas son cosas de hombres. Y quedarse mirando a alguien hasta intimidarlo. Y pasar el brazo por encima de su hombro cuando estén sentados.
Tendría que haber sido hombre, porque fue gestada como tal y es creer o reventar, pero esos misterios que involucran a los genes y los pensamientos, parecen no equivocarse. Porque recién cuando nació comprobaron que era nena. Y tendría que haber sido varón. Porque sus ganas de llevarse puesto al mundo no son propiamente femeninas, y está claro que es más afín a las groserías que a las sutilezas. Está en su sangre porque así se gestó.
Varón.
Porque tiene la convicción que su vientre no dará frutos. Porque ningún intento de conquista se llega a cumplir porque la estrategia no conecta con su esencia de varón. Porque su aroma no es de mujer y es buena compañera de bromas y hasta de placer, pero después se mezcla lo que su pensamiento mujer busca, con lo que su esencia hombre puede obtener.
Y no encaja, algo no está bien. Llora como una niña, como mujer, pero la vida le da golpes que sólo un hombre debería vencer. Queda fuera de lugar su forma masculina de sentarse, su comodidad en poner las manos en los bolsillos del pantalón, su amor infinito por compartir momentos junto a su padre, su coraje para realizar grandes esfuerzos, propios de un varón.
No tiene salida del cuerpo ni de la educación que le tocó.
O sí la tiene…
Aprendió que su rol debe ser femenino. Y quiere ser madre y su cuerpo seduce y hasta se jacta de tener el instinto de mujer.
Descubrió que tenía que ser varón. Y hoy muere una noche más entre lágrimas, creyendo que encontró una buena explicación.

11 de agosto de 2009

BUEN VIAJE

¿Quién se atreve viajar en soledad?
Quién se anima a encontrar el misterio de sus propios ecos, sus murmuraciones, los sonidos y las huellas de sus pasos.
Quién se anima a que nadie lo persiga y lo cuestione, nadie lo tome de la cintura, o apoye su mano en un hombro.
Quién pretende no aburrirse de su propia sombra en el camino. De ser el único en las fotos.
Quién le hace frente con sólo un par de oídos a los sonidos de la aventura en cada esquina. A quién le basta sólo con un par de ojos.
Quién pretende sólo frotar sus manos entre sí, para quitarse el frío, o a calentar el cuerpo sólo con más ropa de abrigo.
Quién no le teme a la locura de las charlas en el espejo o a las decisiones consultadas con la propia conciencia.
¿Quién se anima?
¿Quién le hace frente?
El viaje de pronto, es la obligación de hacer el viaje. Es una soledad amarga, pero su sabor no molesta. Es cuando se acepta el camino tal y como pareciera que quiera estar.
Y el viajero solitario hace carne su destino y brindará su persona como ejemplo, cuando escuche la pregunta ¿quién se atreve a viajar en soledad?

10 de julio de 2009

SE VENDE

“SE VENDE”, dice el cartel en el frente de la casa. 
Y la vecina de al lado, que conoció a mis abuelos, se puso a llorar. 

A pesar que ya han muerto hace algunos años, que la casa esté allí, o que aún pertenezca a la familia, es como si ellos, mis abuelos, siguieran vivos.
Es como si Don León siguiera abriendo el portón del garage y sacara el taxi para ir a trabajar. O es como si amaneciera otro día con una idea nueva para remodelar la casa, y saliera a comprar materiales mientras el taxi queda en el chapista unos días más, de los tantos que ya ha estado. O es como si Doña Cata caminara lento por la gran casa, con sus eternos dolores de pies, y preparara la comida para León y después quizá pase la tarde mirando alguno de los novelones de la tele. Y en la tardecita, llame a casa y hable con alguna de sus nietas o con su hija y conversen un largo rato.

O aún como muchos años más atrás…

Quizá es como si estuviera allí Chiquita, la que saltaba y movía la cola a más no poder cada vez que íbamos algunos de los nietos. Y se quedaba horas debajo de nuestras caricias. O cuando pedía de entrar en las noches frías de invierno, para quedarse quietita en su rincón, debajo del tocadiscos. A lo mejor pareciera que está por venir alguno de nuestros primeros cumpleaños y la casa se llena de gente y de sillas y de ruidos y de música y de juegos, hasta que nosotras cinco nos ponemos al frente de la familia y hacemos una pieza musical.

Cómo nos divertíamos…

Quizá sea uno de esos días que nos quedábamos a dormir y yo siempre sentía que me caía mal el desayuno, hasta que enseguida entraba bien en confianza y me olvidaba del asunto. Y entonces saludábamos por teléfono a mamá y después nos dedicábamos a jugar ahí, a ayudar a la bobe, a leer los cuentitos, o la acompañábamos al almacén de Don José. O íbamos a la calesita en el taxi del zeide.
Son tan grandes y numerosos los recuerdos, como metros tiene la casa.

Tan grande…

Y hoy, parada en medio del vacío que hay en ella, no puedo más que sentirme inmensa y creer que necesitaría el doble del espacio para volver a disfrutar como disfruté. La casa pareciera que tan sólo fue grande en proporción a mi niñez. Y no es así.
La observo desde la arcada de la cocina, mirando hacia el comedor diario y luego el principal, y si no fuera porque veo la hilera de mesas y sillas que formábamos en cada cumpleaños, no creería que el espacio es suficiente. La observo desde la puerta de entrada de la calle, viendo el pasillo de ingreso, y si no fuera porque me escucho corriendo y agitarme, no creería que con tan pocos pasos pueda recorrerlo. Me paro en medio de la cocina, y si no fuera porque tengo todos los olores impregnados en el recuerdo, no tendría la capacidad de recordar todas las comidas que se hacían allí. Me paro en la habitación que fue nuestro dormitorio los últimos años, y si no fuera porque extraño los acolchados, la biblioteca con sus maravillosos libritos, la mesa con las fotos debajo del vidrio, no podría creer que ese lugar hoy tan frío, me dio tan inolvidables momentos. Al otro lado está la habitación que era de mis abuelos, y si no fuera por el recuerdo de la cama altísima que tenían, creería que con sólo ponerme en puntas de pie, puedo sentirme un poco más alta. Voy a la terraza, y si no fuera porque mis ojos de niña la siguen viendo como la inmensa casa que en efecto cubre, dudaría si en verdad abarca todas las habitaciones.
Es que la casa parece haberse convertido en una maqueta y todos nosotros, pisando estos recuerdos, la desnudamos para venderla al que la quiera comprar. Será el impulso a sacarle no sólo lo que ocupa lugar allí, sino también nuestra historia, que jamás se irá de todos modos, ni de esas calles ni del recuerdo de los que nos conocieron. Los que nos veían cada fin de año asomados a la vereda para sumarnos al baile, cortando la calle hasta bien pasada la madrugada. No he vuelto a tener un fin de año con la misma sencillez. Nos esmerábamos para ver a quien de nosotras cinco miraba el nieto del vecino de al lado, o nos desesperábamos para que nos enciendan las estrellitas para hacerlas girar.

Y feliz año Doña Cata. Y feliz año Don León. Y ellos estaban contentos…

Miro la parrilla y su quincho con techo de chapa que construyó mi abuelo, y si no fuera que supiera lo desarmada que quedó la familia, creería que ese fue el motivo de encuentro y distensión que tuvimos todos para compartir. Apenas unos pocos asados le duró la ilusión de unión a mi abuelo. Después quedaron los mosaicos y sus colores y la parrilla casi intacta para algún próximo que vendrá.
Además de los espacios y sus sonidos, quedaron sus palabras, sus anotaciones, sus miles de papeles. La mayoría son de mi abuelo, el más meticuloso de los dos. Gracias a eso, no solo tengo el recuerdo de sus manos firmes y su hablar extenso y rico en experiencias de vida, sino también su caligrafía y sus planes, sus ideas, sus puntos de vista y algunos sentimientos. Esos me los guardo todos. Con ellos, quizá dentro de algún tiempo, cuando la casa ya no sea nuestra casa, pueda volver a construirla. Y junto con cada recuerdo y cada sensación vea de vuelta esta porción de mi pasado que tanto incide en cada momento del hoy. Cuando la casa sea de otro quizá algún vecino vuelva a llorar. Quizá alguno de los nietos vuelva a recordar y quizá alguna de las hijas no quiera irse de ese lugar. Hoy que la casa está en venta, yo no puedo parar de llorar. Y le pido a mi mente que no se detenga cuando ingresa en medio de aquellos muros, porque sé que luego viene el fuerte deseo de agarrar el reloj y mover el tiempo para atrás. Y volver a ser niño y solamente disfrutar de la casa inmensa que construyó mi abuelo, para que podamos sentirnos felices y jugar.
Quizá, zeide, creo yo, no alcanzó con esta casa. Pero me quedo solamente con los recuerdos que me hacen bien, los ricos olores, las tranquilas tardes, la escoba del quince, los niños envueltos, el “comé que se viene frío”, los estornudos que asustaban, las caricias, la Chiquita, los discos, las reposeras, los cuentitos, los sillones, los cumpleaños, los “comé un poco más”, el barquito que cambiaba de color según el clima, las copitas chiquitas de licor, el rosal, el aloe vera, las fiestas de fin de año, la vajilla…
Cada rincón, cada milímetro de esa casa siempre será nuestro. Porque la casa de mis abuelos no fue sólo esa edificación. La casa de mis abuelos es cada sonido que en ella hubo y todo lo que ocurrió dentro de esos muros. Tus manos, zeide, hicieron posible su recuerdo palpable. Pero la vida, nuestra historia de vida, hizo posible todos estos recuerdos, que harán que ese espacio donde montaste la casa, sea eternamente nuestro.

7 de julio de 2009

DE MIS MANOS

Con la Tierra en la mano como si fuera una pelota de fuego. Jugando, haciéndola rodar. No me quema su calor de más de cien grados. No entiendo cómo logré tenerla en mis manos antes de que me devore. Nos quedamos en el vacío de un negro infinito, ella y yo. Y no le encuentro un espacio de aire que se pueda respirar, sin caer en la tristeza de los recuerdos de aires frescos. Me quedé ésta mañana con la Tierra en las manos. Me puse a llorarla y también le grité. La dejé sobre el piso y empecé a caminar alejándome, pero no pude olvidármela, y regresé. La empujé hacia delante para que llegue bien lejos, y caminé en sentido contrario, pero ella no rodó. Me volví para ver si ya la había perdido de vista; allí estaba, ardiendo, y me conmovió.
Me quedé todo el día con la Tierra en la mano; es mi vida también la que está allí. No recuerdo haber escuchado mentira tan absurda como la del miedo a seguir. Porque viendo las llamas que ardían en mis manos, sentí más valor que temor. Y la risa del viento que avivaba aquel incendio, me invitó a sentarme y confiar. Un instinto verdadero como la vida en estado puro, como la que la Tierra alguna vez vivenció, se instaló entre las yemas de mis dedos y la atmosfera de calor. Me di cuenta que de tan blanda que se puso podía moldearla, hasta estirarla y sacarle la forma de esfera que siempre tuvo. Sería mi Tierra alargada: los ríos serían más largos, los océanos menos anchos para llegar más rápido hacía otro lugar. Algunos árboles serían altísimos y otros pequeños podrían crecer más.
Me quedé jugando con la Tierra en mis manos. Mientras todo a mí alrededor seguía oscuro como la noche que nunca deja de ser. Me quedé mirando el fuego amarillo, rojo, naranja. Ya casi nada quedaba en pie. Decidí no tocarla y dejar que se consuma, el universo ya sabría a dónde llevarme después. La apoyé en el piso, me recosté a su lado y la miré. No le quité los ojos de encima, saltaban chispas de color añil. Me acordé de un verano en que soñé que cambiaría al mundo; después, de un invierno cuando lo olvidé. Y un colibrí que divisé ya sin vida en medio del fuego, me recordó la primavera en la que recobré la esperanza para seguir. Giré la cabeza y me quede mirando hacía arriba, tan solo escuchaba los ruidos de la Tierra quemándose. Cerré los ojos y comprobé que no podía dormirme, que no me iba a dormir más. Que ya el mundo había cambiado. Que ésta ya no era esa vida, está era la verdad. Una verdad oscura, pensando en la luz que conocí. Pero todo estaba muy claro, y tan solo tenía que dejar que la Tierra se consumiera en el fuego y levantarme y seguir.
Me quedé con las cenizas de la Tierra incendiada. Una cremación programada por la propia humanidad. Se hizo daño mucho de lo que habíamos creado. Pero de todas maneras me reincorporé de donde estaba acostada, y ciega como me sentía por tanta oscuridad, caminé llorando siguiendo la luz del interior de mi vida, hasta que encontré estas palabras cayendo de mis manos, y te las empecé a contar.

3 de julio de 2009

EL ABUELO


La corrida en metro desde Issy Le Moulineaux había valido la pena: el tren estaba a punto de partir. Salía a las siete y media de la mañana de la estación París St. Lazarte. A pesar que llevaba ya casi dos meses de trenes y aviones alrededor de Europa, encontrando ciudades y misterios maravillosos, este viaje iba a ser distinto. Otro entusiasmo que el puramente turístico, la estaba conduciendo esa mañana hacía el norte de Francia, allá en el puerto, a tres horas de tren desde París.
Aún no había amanecido. Encontró un sitio donde ubicarse dentro del vagón. Su camino había vuelto a meterse en una vía de tren, alguna similar a la que el abuelo Salomón había recorrido desde Polonia, unos ochenta y cuatro años atrás. El mismo transporte, un motivo diferente y el mismo destino: el puerto de Cherbourg. Intentó mirar hacia fuera pero entre la oscuridad del exterior y la luz dentro del vagón, sólo pudo ver reflejada su propia imagen en la ventanilla. Aburrida, cerró los ojos para descansar. 
Cuando volvió a abrirlos, estaba amaneciendo. Empezaba a lucirse de a poco el verde de los campos franceses. Tomó un libro del bolso que traía consigo y encaró la lectura. Necesitaba matar la ansiedad de querer llegar a destino. Se distrajo. Levantó la vista del libro y miró por la ventanilla, una vez más. 
Mara había conocido al abuelo paterno Salomón por fotos y por los relatos de su padre, que no escatimaba en detalles, a la hora de contar historias sobre él. Mara sabía que pisar tierra en el puerto de Cherbourg iba a ser un encuentro con el que había cambiado el curso de su vida, subiéndose a un barco con destino a Buenos Aires, ochenta y cuatro años atrás.


Habían transcurrido dos horas y media de viaje. La puntualidad de los trenes europeos le daba la certeza de que en media hora más, estaría en destino. Atrás había quedado la densa neblina de las primeras horas del alba, luego habían pasado unos temibles nubarrones y ya hacia el final del recorrido, la urbanización de Cherbourg había comenzado a asomarse. Divisó un cartel sobre una colina con el nombre de la ciudad. 
Intentó imaginarse con su abuelo en aquel viaje e intentó experimentar sus miedos y expectativas, su tristeza por dejar la tierra donde había nacido, mezclada con la necesidad de huir de la guerra, de las persecuciones y del hambre. Imaginó el tren precario al que Salomón se habría subido. Viajar en tren pareciera ser un viaje eterno, un viaje donde la mente descansa y se abre, tanto o más, como la amplitud que una ventanilla lo pueda permitir.
Una vez en Cherbourg y saliendo de la estación de tren, Mara encontró unos carteles que contaban la historia de los buques que en el correr de los años habían partido desde allí. Parte de su historia estaba en aquel puerto. Miró a su alrededor para ubicarse hacia dónde ir. Estaba por cerrar un círculo y su abuelo estaría feliz de que una de sus nietas haya llegado a la parte del mundo donde él comenzó un camino de esperanza y cambio. Mara caminaba hacia el sector de los transatlánticos y en cada paso imaginaba los edificios más viejos, los caminos más precarios y los barcos menos lujosos.
Cuando llegó al borde de la plataforma, el inmenso océano azul se brindó ante su vista. Había un edificio antiguo que hacía las veces de museo y que en aquellos años, había sido el sitio de embarque y desembarque de los pasajeros de los buques. Un poco más allá, había varios veleros particulares anclados. Frente a la explanada de la plataforma, había unas piedras enormes, las cuales eran bañadas por el agua del océano y sobre un costado, al igual que en los comienzos de la construcción del puerto, estaba el ingreso de los transatlánticos, que por esos días no se cargaban de almas tristes en busca de un nuevo porvenir, sino de millonarios que miraban el mundo ciertas veces con arrogancia, ignorando la historia de las piedras de Cherbourg.
Mara se detuvo a observar el sitio de anclaje de los transatlánticos. ¿El abuelo había estado ahí? ¿Ahí mismo? ¿Ochenta y cuatro años atrás? Estas preguntas en su mente habían llevado a Mara a una nueva dimensión del puerto de Cherbourg.
Se dio la vuelta y puso atención en unos pescadores que hacían lo suyo, allí en el borde de la plataforma. Y de repente, ya nada de lo que había estado haciendo en esos dos últimos meses, había valido la pena. Tan sólo haber llegado a Cherbourg se había convertido en el principio y el fin de la travesía. Miraba al horizonte que brindaba la línea donde se juntaba el océano y el cielo azul, e imaginaba los sonidos de aquellos días: qué extrañas imágenes que intentaba ver, qué mezcla de murmullos y bocinas de buques y trenes estaba intentando presenciar. Se sentó junto a las enormes piedras de la explanada y dejó que su cuerpo se moviera a la par del viento.
Y Mara lloró. Pensaba en los rostros, las esperanzas. Se veía como parte de ese maravilloso mundo europeo que estaba descubriendo a través de trenes, aviones y buques, ahora también. Mara lloraba sin consuelo. Hubiera querido sentir en ese momento el abrazo de su padre y observar juntos el puerto acerca del cual Salomón seguro, había hablado alguna vez.
Inmersa por completo en esa porción de su historia, ahora detenida en el tiempo, siguió con la vista el buque en el que viajaba el abuelo, hasta verlo salir del puerto y convertirse en un punto en el horizonte.
El círculo se estaba cerrando. Los ecos de aquella partida habían encontrado quien los escuchara y Mara se sintió satisfecha de haberlos oído. Había completado otra experiencia en este viaje, la más valiosa quizás: un abrazo con su abuelo. Abrazo que comenzó desde el momento en que subió a ese tren en París, el que la llevaría hasta  el inolvidable norte de Francia, hasta el eterno puerto testigo de su historia: el puerto de Cherbourg.

1 de julio de 2009

BOLSAS

Lleva unas bolsas sobre su espalda. Blancas, verdes, atadas unas con otras. Bolsas dentro de otras bolsas.
Se aleja caminando, bamboleándose, como luchando con el peso sobre su espalda, como si fuera una caparazón. Murmura la miseria que la cubre. Mira desde un par de ojos tan sensibles como el plástico que la rodea. No tiene victoria ni orgullo.
Sus pies encastran en dos andrajos que apenas se levantan del piso al caminar. Una porción de tela simula ser una falda para proteger del frío una parte de su cuerpo. O quizá tan sólo está allí, ajustada a su cintura, desde algún día en el tiempo, cuando comenzó a deambular. Lo mismo su torso; apenas cubierto por unos harapos.
Se percibe que es mujer por la deducción a simple vista de su cuerpo. Pero su rastro es mucho más complejo como para imaginarla con una única identidad. Es una persona, entonces tan sólo, afuera de la verdad de la vida. Carente de la energía de la que es parte.
Se aleja cada noche por la vereda vacía. Me sorprende con su murmullo cuando menos la llego a recordar. Y su cuerpo pequeño, arruinado, me conmueve en las entrañas y a veces hasta pienso en acercarme, y preguntarle hacia dónde va.
Pobre viejita, es el consuelo a mi corazón que la mira alejarse. Y me pregunto si tuvo hijos o si los soñó.
La miro mujer, pobre viejita, que camina en la noche de esta ciudad maldita, que le da más frío a sus pies. Que le da más bolsas a su caparazón.

26 de junio de 2009

UNA BUENA VISTA

No ser. Ir más allá o retroceder. Decidirlo sobre la marcha.

Es una mañana sin Sol. Tomás cruza la plaza que le arrastra los pies todos los días. Elige uno de los bancos y se sienta. Allí la ve otra vez. La ventana alargada, las rejas negras de estilo colonial. La cortina blanca, separando al misterio de lo absurdo. El balcón francés de la derecha tiene hoy una maceta más. Tomás sabe que se trata de jazmines. Buena época para que florezcan, piensa.
En el balcón de la parte superior, se nota la caricia de la lluvia de ayer. El largo barandal luce más brillante.
Tomás agarra el dibujo que ha traído y lo sostiene en frente de su cara. Las columnas de la imagen parecen una copia de las que se ven más atrás, sobre los muros que rodean aquellas ventanas y los balcones. Desde el ático se debe lograr una buena vista, piensa Tomás. Y ahí va él, escapando de la plaza, de su banco.
No encuentra el sonido que busca. No alcanza la imagen que sueña.

No ser. Volver más acá o alejarse. Decidirlo.

Las personas se desfiguran viéndolas a través de una burbuja. Tomás rueda dentro de su delgada pompa de jabón y sus ojos descifran los secretos que cubren las corazas. Así y todo, la burbuja resulta más impermeable que cualquier escudo que rueda por la plaza. Tomás no siente pies ni cabeza. Sólo se deja fluir. Desde el ático se debe lograr una buena vista. Entra por aquella ventana, sale por aquel balcón. Pareciera que una foto antigua de la ciudad se derrumbara ante su mirada. Los murmullos de la calle suben por una senda peatonal despintada. Tomás habla con las sombras de los que no ven, pero pasan.

No ser.
O volver a ser.

25 de junio de 2009

ERÓTICO


Una mujer desnuda
como un ovillo enroscada
escapa de algunos recuerdos
caen lágrimas de tormento.
Sus propios dedos caminan con afecto sobre su cuerpo
brotan sus poros en la piel lisa
de la juventud devastada.

Una mujer desnuda
y abandonada.

Una mujer que no cabe en el deseo que sueña
el viento lastima el calor que ella emana
el camino en su espalda
recorre lento las curvas
se hunde en la cintura
asoma a la altura de una línea moldeada.
Dos pezones rosados
comprimidos en el centro de una blancura blanda.

Una mujer desnuda
y abandonada.

Una mujer que no encastra en el pasado
su vida deja de ser lo que fue
dos muslos suaves
alientan el impulso de las pantorrillas
a la punta de los pies
empujando el presente.

Una mujer en silencio
la respiración temblando
los dedos húmedos
en el centro profundo de su cuerpo
las manos buscan encontrar otra piel.

El cuerpo mujer del desnudo abandonado
se arquea suplicante
y el presente ríe satisfecho
late y se desvanece.

Una vez más
el pasado quedó detenido
en un llanto a medio caer.

14 de mayo de 2009

Sueño


La otra noche soñé con vos y es hermosa la sensación de "haberte visto". Era el cumpleaños de Giselle y no se bien dónde estábamos, pero estábamos esperando una sorpresa para ella, que ya todos sabíamos que era que venías vos, pero nadie decía nada al respecto. La sensación que recuerdo es que como que todos los años vos siempre venías para el cumple de Giselle, pero cada año aparecías de una manera distinta. Yo estaba con una especie de cámara para filmar el momento que llegabas (era una "especie" de cámara, porque era como una hoja de papel super fina y grande). Estábamos frente a una ventana y Giselle miraba para afuera, vos ibas a llegar de un momento a otro. Yo ponía la cámara por delante de Giselle, para captar su expresión cuando te viera. Llegabas en barco: el barco paraba enfrente de esa ventana. Vos estabas morocha (of course) y con el cabello corto. Después no recuerdo nada más, o creo que en ese momento ya me desperté. Pero la imagen tuya llegando en el barco, es la que más me generó esa sensación de "haberte visto".


Nunca dejo de pensar en vos: algo maravilloso pasó desde el momento en que escuché, allá por agosto del 2007, tu vocecita en el aeropuerto de Barcelona, gritando mi nombre para que te viera. Fue desde ese momento..

13 de febrero de 2009

HOY

Una vez que cerré la puerta, quedé a solas con mi conciencia. Ya no podía volver atrás pero los ruidos eran tan fuertes, que nada podía sentir. Y el vacío de no tener palabras y mil historias para contar, comenzó a torturarme. La costumbre de los puñales que uno elije clavarse, le gana en profundidad al dolor. El insomnio de las noches de lágrimas, pasa inadvertido que hasta se agota por no dormir. Tomo el recuerdo de la vida que pasó y lo borro.
Así, nada parece importarme.

Amor / desamor. Un cuerpo vacío. Su sombra es más fuerte que su propia piel. En el camino de no buscar lo que encuentro, veo cómo han crecido mis manos.

Amor / desamor. La canción canta y la historia de amor se desploma sobre una nueva, aunque conocida, verdad. Nunca la quise alcanzar. Pero hoy detuvo su paso para que ya no tenga escapatoria y confíe en ella, de una buena vez.

Amor / desamor. Juego de palabras. Me ha quedado la sonrisa marchita y gracias que no muerta, porque aún puedo amar. Cómo cuesta cambiar la jugada que se venía jugando; cómo borro las certezas que alguna vez elegí.

Amor / desamor. Siempre. De un tiempo a esta parte. 
Pero ya no.