2 de noviembre de 2008

Mil pedazos

Ella no quiere estar donde está. No le gusta lo que le ha tocado. De cara al cielo, deja que el césped se mezcle con su cabello. Respira un poco de aire más puro que el habitual. Estira lejos sus brazos como para quitarlos de su cuerpo. Sí, quiere desarmarse. Y que el río se lleve sus partes, huecas, livianas. Ella quiere flotar en mil pedazos sobre esa agua marrón, que apenas logra respirar. El río le habla. Escucha al río.
Un bote viene avanzando. En él, un joven de unos veinte años, carga con fuerza un par de remos. Los lleva y trae por entre las aguas, haciendo avanzar la embarcación. El joven observa todo lo que hay al alcance de su mirada, sobre la ribera del río: unos pájaros reposando sobre uno de los muelles, los árboles frondosos meciéndose por el viento; el cuerpo tendido sobre el césped, de una joven de su edad… Esta tarde de jueves, le resulta una de las mejores en lo que va de la Primavera. Ha dejado temprano la casa en la isla y lleva recorriendo el río por más de tres horas. No necesita mucho más para completar sus espacios. Los brazos y el torso fibrosos, así como dorados por el Sol, dan cuenta del buen tiempo que dedica al aire libre que rodea la isla. De pronto recuerda que le había prometido a su madre, no regresar más tarde de las siete. Debe pegar la vuelta.
Nilda mira la hora: pasaron veintidós minutos. Coloca la mano derecha como visera sobre sus ojos. Con la otra, saluda enérgicamente. Ha divisado el bote de su hijo, que regresa demorado. Sonríe con un gesto de alivio y entra en la casa. La cocina es precaria: una heladera antigua, cuya puerta ya no cierra por si misma, sino gracias al alambre que la sujeta con un gancho a la pared. Una mesa carcomida, con dos banquetas a los costados. Una cocina a kerosene, que se trata de usar lo menos posible. Es la hora de los mates y Nilda ya ha calentado el agua y ha servido unas medias lunas frescas en la mesa. Limpia una vez más las banquetas, sacudiéndolas con un repasador viejo. Enciende la radio. El locutor anuncia la hora y comienza a sonar el último tango. Nilda sube el volumen para disfrutarlo un poco más.
Fernando hoy está muy cansado y no ha quedado conforme con la transmisión de su programa. Se quita los auriculares, dobla sus papeles y se levanta de la mesa. Luego de dejar el estudio, se asoma por la oficina de producción y lanza un “hasta mañana” entre dientes. Sale del edificio y entra en el kiosco a comprar cigarrillos. Lucho parece de mejor humor que él. Le cobra los cigarrillos, una tableta de chicles y ve irse a Fernando como una sombra. Ni siquiera lo saludó. Continúa su charla con Tali, una amiga israelí de paseo por Buenos Aires. Ella entiende un poco de español, por lo que le resulta divertido pasar el tiempo en el kiosco, un lugar tan propicio para conocer a la gente de la ciudad.
Tali decidió viajar por Sudamérica, y la Argentina es el tercer país que visita. Se armó una mochila y partió, como la mayoría de los jóvenes israelíes que terminan el ejército. Buenos Aires le resulta insoportable muchas veces, y verdaderamente exótica, otras tantas. Desde la banqueta que ocupa en este kiosco, en plena furia de la ciudad, va descubriendo miradas, sufriendo algunas voces, oliendo los suspiros. Mareada en esta confusión de cemento, ni siquiera puede odiar a Buenos Aires. La imagina chiquitita, tal como nadie se la puede imaginar, pero como seguramente lo fue. Escucha lo que dicen los que pasan por ahí, y les cree. Lo siente. Vive el sinsabor de no saber a donde irá a parar tanta furia. Le duele el callejón sin salida, aunque de a ratos se acuerda, que sólo está de paso por esta ciudad. En esos momentos en que queda suspendida, sin identificar la meta, su corazón se vuelve galope en el reflejo del asfalto. No concibe las diferencias entre los océanos, ni incluso entre las fronteras cercanas. Quiere que el dolor de no sentirse parte en ninguna parte, acabe pronto, para tomar ventaja de lo que sin duda, quede por descubrir.
A veces lo logra. Y otras tantas no. Entonces huye de Buenos Aires. Para desarmarse en mil pedazos. Y flotar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola vani:
PRECIOSO!!!!
DE VERDAD,ME GUSTA COMO ESCRIBES.
que puedo decirte? segui plasmando todo........quien te dice que termines viviendo algun dia de la escritura!!!!