Un bote viene avanzando. En él, un joven de unos veinte años, carga con fuerza un par de remos. Los lleva y trae por entre las aguas, haciendo avanzar la embarcación. El joven observa todo lo que hay al alcance de su mirada, sobre la ribera del río: unos pájaros reposando sob
Nilda mira la hora: pasaron veintidós minutos. Coloca la mano derecha como visera sobre sus ojos. Con la otra, saluda enérgicamente. Ha divisado el bote de su hijo, que regresa demorado. Sonríe con un gesto de alivio y entra en la casa. La cocina es precaria: una heladera antigua, cuya puerta ya no cierra por si misma, sino gracias al alambre que la sujeta con un gancho a la pared. Una mesa carcomida, con dos banquetas a los costados. Una cocina a kerosene, que se trata de usar lo menos posible. Es la hora de los mates y Nilda ya ha calentado el agua y ha servido unas medias lunas frescas en la mesa. Limpia una vez más las banquetas, sacudiéndolas con un repasador viejo. Enciende la radio. El locutor anuncia la hora y comienza a sonar el último tango. Nilda sube el volumen para disfrutarlo un poco más.
Fernando hoy está muy cansado y no ha quedado conforme con la transmisión de su programa. Se quita los auriculares, dobla sus papeles y se levanta de la mesa. Luego de dejar el estudio, se asoma por la oficina de producción y lanza un “hasta mañana” entre dientes. Sale del edificio y entra en el kiosco a comprar cigarrillos. Lucho parece de mejor humor que él. Le cobra los cigarrillos, una tableta de chicles y ve irse a Fernando como una sombra. Ni siquiera lo saludó. Continúa su charla con Tali, una amiga israelí de paseo por Buenos Aires. Ella entiende un poco de español, por lo que le resulta divertido pasar el tiempo en el kiosco, un lugar tan propicio para conocer a la gente de la ciudad.
Tali decidió viajar por Sudamérica, y la Argentina es el tercer país que visita. Se armó una mochila y partió, como la mayoría de los jóvenes israelíes que terminan el ejército. Buenos Aires le resulta insoportable muchas veces, y verdaderamente exótica, otras tantas. Desde la banqueta que ocupa en este kiosco, en plena furia de la ciudad, va descubriendo miradas, sufriendo algunas voces, oliendo los suspiros. Mareada en esta confusión de cemento, ni siquiera puede odiar a Buenos Aires. La imagina chiquitita, tal como nadie se la puede imaginar, pero como seguramente lo f
A veces lo logra. Y otras tantas no. Entonces huye de Buenos Aires. Para desarmarse en mil pedazos. Y flotar.
1 comentario:
hola vani:
PRECIOSO!!!!
DE VERDAD,ME GUSTA COMO ESCRIBES.
que puedo decirte? segui plasmando todo........quien te dice que termines viviendo algun dia de la escritura!!!!
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