Cuando
empiezo un viaje, cualquiera que sea, tengo la necesidad de convertirlo en un
antes y un después. Hacerlo que valga la pena, empezar con esa certeza, sin
saber lo que pueda suceder en él.
Un viaje
siempre vale la pena.
No
necesito cortar rutinas para emprender un viaje. Lo organizo cuando tengo la
llamada interior de salir de donde estoy para llegar a otro lugar. Y es más
difícil cuando irse no es una idea muy clara, pero al mismo tiempo el verbo
"viajar" llena de esperanza los días.
Pero no
está mal irse, no es peligroso. Debe poder más el misterio de conocer lo que se
transforma en un viaje. Así debe ser. No porque esté escrito en algún manual,
sino porque al fin y al cabo, es lo que nos hace bien: la transformación.
Una vez
escribí una pregunta: ¿Quién se anima a viajar en soledad? Y respondiéndola me
sentí la viajera más afortunada por la valentía de encontrarme como respuesta.
La soledad, aprendí, es lo primero que se transforma en un viaje. En formas,
colores, sonidos, personas.
Hay
destino, pero también hay elección. Aunque quizá es todo parte de lo
mismo.
Cuando
empiezo un viaje, cualquiera que sea, tengo la certeza de que vale la pena.
Y
sabiendo que todo se transforma, ya no creo que lo que ocurra luego de un
viaje, tenga algo que ver con lo que usualmente llamamos "volver".
2 comentarios:
siempre recuerdo ese poema cuando viajo "¿quién se anima a viajar en soledad?"
al fin y al cabo siempre viajamos acompañados (aunque estemos solos) y siempre también en soledad (aunque estemos llenos de gente)
me daré una vuelta con mas tiempo, debo detenerme aquí, recostarme en tus pensamientos, saciar mi sed de aguas distintas, y lo haré.
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