7 de julio de 2009

DE MIS MANOS

Con la Tierra en la mano como si fuera una pelota de fuego. Jugando, haciéndola rodar. No me quema su calor de más de cien grados. No entiendo cómo logré tenerla en mis manos antes de que me devore. Nos quedamos en el vacío de un negro infinito, ella y yo. Y no le encuentro un espacio de aire que se pueda respirar, sin caer en la tristeza de los recuerdos de aires frescos. Me quedé ésta mañana con la Tierra en las manos. Me puse a llorarla y también le grité. La dejé sobre el piso y empecé a caminar alejándome, pero no pude olvidármela, y regresé. La empujé hacia delante para que llegue bien lejos, y caminé en sentido contrario, pero ella no rodó. Me volví para ver si ya la había perdido de vista; allí estaba, ardiendo, y me conmovió.
Me quedé todo el día con la Tierra en la mano; es mi vida también la que está allí. No recuerdo haber escuchado mentira tan absurda como la del miedo a seguir. Porque viendo las llamas que ardían en mis manos, sentí más valor que temor. Y la risa del viento que avivaba aquel incendio, me invitó a sentarme y confiar. Un instinto verdadero como la vida en estado puro, como la que la Tierra alguna vez vivenció, se instaló entre las yemas de mis dedos y la atmosfera de calor. Me di cuenta que de tan blanda que se puso podía moldearla, hasta estirarla y sacarle la forma de esfera que siempre tuvo. Sería mi Tierra alargada: los ríos serían más largos, los océanos menos anchos para llegar más rápido hacía otro lugar. Algunos árboles serían altísimos y otros pequeños podrían crecer más.
Me quedé jugando con la Tierra en mis manos. Mientras todo a mí alrededor seguía oscuro como la noche que nunca deja de ser. Me quedé mirando el fuego amarillo, rojo, naranja. Ya casi nada quedaba en pie. Decidí no tocarla y dejar que se consuma, el universo ya sabría a dónde llevarme después. La apoyé en el piso, me recosté a su lado y la miré. No le quité los ojos de encima, saltaban chispas de color añil. Me acordé de un verano en que soñé que cambiaría al mundo; después, de un invierno cuando lo olvidé. Y un colibrí que divisé ya sin vida en medio del fuego, me recordó la primavera en la que recobré la esperanza para seguir. Giré la cabeza y me quede mirando hacía arriba, tan solo escuchaba los ruidos de la Tierra quemándose. Cerré los ojos y comprobé que no podía dormirme, que no me iba a dormir más. Que ya el mundo había cambiado. Que ésta ya no era esa vida, está era la verdad. Una verdad oscura, pensando en la luz que conocí. Pero todo estaba muy claro, y tan solo tenía que dejar que la Tierra se consumiera en el fuego y levantarme y seguir.
Me quedé con las cenizas de la Tierra incendiada. Una cremación programada por la propia humanidad. Se hizo daño mucho de lo que habíamos creado. Pero de todas maneras me reincorporé de donde estaba acostada, y ciega como me sentía por tanta oscuridad, caminé llorando siguiendo la luz del interior de mi vida, hasta que encontré estas palabras cayendo de mis manos, y te las empecé a contar.

3 comentarios:

Szarlotka dijo...

Hermoso, Vanina

Un oasis en mi horario de almuerzo

Saludos

Nanu dijo...

Vani me gustó mucho mucho! Que bueno que estés escribiendo muchísimo está genial. me encanta todo ese juego de la tierra como una pelota para hacer malabares.

besos muchos

Anónimo dijo...

vanus!! muy lindo lo qe escribiste y la verdad que cada palabra, cada frase, las senti muy reales y ciertas alguna vez senti lo que describis con tu palabras.

un besote

carito