¿Qué se puede extrañar de Madryn,
con tan sólo cuatro días aquí?
El azul del mar, el verde y el
celeste también.
La playa infinita cuando baja la
marea y el cúmulo de vegetación que permanece en la orilla, después del ir y
venir eterno de las olas.
El agua limpia, fresca, que antes
de depositar esas plantas en la orilla, las enreda en mis pies.
La melodía de la espuma de las
olas escurriéndose en unas pequeñas piedras, desprendidas de algún acantilado,
en una playa alejada, pero no tanto como para que una caminata no me permita
llegar.
El viento, sus ráfagas, que
invitan a pensar en inviernos cálidos, bajo el abrigo de una frazada, junto al
fuego de una vieja chimenea, en un sofá de un solo cuerpo con respaldo alto,
leyendo algún libro, mientras una sopa caliente espera humeante en un tazón
sobre el suelo.
El viento que parece arrancar
techos, torcer ramas de árboles, volar cortinas de alguna ventana olvidada
abierta. De cara al viento se me viene todo lo
posible para convivir con él.
La fauna, viva, en su hábitat.
Haciendo y deshaciendo sus caminos para sobrevivir. La fauna, conviviendo con
su flora, en un sitio donde nada ha intervenido. El lugar que inteligentemente
eligen, este humano lo agradece, porque observarla es comprimir el pecho de
emoción al ver tanta vida bella que brinda este planeta.
Las anécdotas de viaje. La
compañía inesperada de quien partió desde Buenos Aires igual que yo; la confusión
de una de sus excursiones, para que terminemos haciéndolas juntas; su afán por
hablar español; la música en las mañanas del hostel al desayunar; el
resto de la gente que se va sumando, en la cocina, charlando entre comidas,
bicicleta, historias de vida y consejos de viaje. Un momento de lectura al
mediodía, en la hamaca paraguaya.
Volver al viejo amor que me une
al mar. Lo tenía olvidado, descansando. Ha desplegado su fuerza otra vez.
Porque el mar, azul y limpio como en estas latitudes, es compañía y melodía. Es
camino hasta donde llega el andar; es amanecer y atardecer.
Al fin y al cabo, no sé si se
extrañará Madryn, sino este nuevo eslabón en mi cadena de viajes, por el hecho
mismo de ser un viaje, uno más de los tantos que he tenido y de los muchos más
que vendrán.
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