No tengo fe de que vuelvas, solamente sueño que un día vas a
volver.
Cuán fuertes pueden ser cuatro meses en treinta cuatro años.
Dejar las marcas más significativas en tu vida, tan sólo por ciento veinte
días. A veces pienso que tan corto lapso de tiempo, podría haberse evitado. No
poner tantos sueños en juego, no confiar. Si en cuatro meses, quizá,
conociéndonos como buenos amigos, podríamos haber resuelto lo mismo y dejarlo
sin causar tanto dolor. Ahora quedan tantos recuerdos dando vueltas, tantas
sensaciones aún latentes, que parece que van a volver a revivirse cada día,
pero no.
Ya no son más que recuerdos de cuatro meses en treinta
cuatro años.
Y es como una pequeñísima mancha que resaltará toda la vida.
Porque en treinta y cuatro años no hubo algo igual y de hecho, fue el sueño
soñado todos esos años. Hoy vuelve a ser un deseo, hoy todo está como siempre
estuvo, aprendiendo lo que nunca aprendo, porque el gran amor sigue siendo más
importante que mi propia vida, o más bien, sigue siendo el mayor motivo por el
que soñar.
Podría haber sido distinto, podríamos no haber comenzada
nada. Me encantaría poder hacer de cuenta que fue así y solamente sentir que
esta decepción es una más de tantas otras. Que no hubo mucho más que conocernos
para darnos cuenta que podría ser, pero no.
Y me quedaría lo mismo con la frustración de una conquista
más que no prospera, pero no tendría el corazón partido como lo tengo ahora y
no tendría la certeza de que estos cuatro meses serán por siempre los más
maravillosos, porque pude confiar que mis sueños (y los tuyos) se podían hacer
realidad.
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