¿Cómo hacer para olvidarse de la
península?: alucinando con las montañas, camino a El Bolsón. Y cuanto más dure
el amanecer, en las curvas y contra curvas del camino, más infiel soy con cada
sorpresa que regala el paisaje. Las nubes quedan reposando sobre las laderas de
las montañas y otras quedan al alcance de la mano, como para jugar como un niño
a querer deshacerlas.
El fuego en el horizonte, línea
que ahora es ondulada e imperfecta, fue rosa, amarillo, tan sólo un momento
atrás. Las nubes son una pintura antojadiza del propio espacio para que al
menos hoy y ahora, alguien más que las montañas, disfrute del espectáculo de
colores en el que se transforma este amanecer en esta ruta.
Dormir seis noches en El Bolsón,
le ha dado cierto descanso al afán turístico de ver y guardar. Me ha permitido
sentir el disfrute diario de un paisaje tan natural e imponente como las
montañas mismas. O los cielos estrellados, en las noches frías. Y las tardes
abrazadas al calorcito del Sol, junto a algún lago o un río. Hacer la maleta
hoy temprano, fue como un “dejar algo”. Dejar algo mío, pero dejar también,
algo de lo que me gusta recibir cada día. El color de las montañas, la sombra de las
nubes en ellas, las formas de las rocas, más nítidas cuanto más les llega la
luz del Sol, el cantar de algún ave, el sonido del agua andando su curso
convertida en río, o en la orilla de algún lago.
Vivir siete días en El Bolsón fue
haber disfrutado la posibilidad de conocer gente, de saludarte con el que se
cruza en tu camino andando en alguna montaña o desayunando en el hostel.
Conocer las historias de los que van y vienen, de los que se quedaron, de los
que creen en la magia, de los que aman la cultura mapuche, de los que conocen
la vasta vegetación y los frutos, de los artesanos, de los viajantes.
De lo mío que queda, puedo saber
que es más que nada una huella. Una sonrisa, una profunda respiración. Una
caricia en alguna planta o la marca de mis pies en alguna piedra. La mirada… le
dejo un guiño de placer a cada momento del día del cerro Piltriquitrón,
guardián de esta gente y sus sueños. A la cordillera, del otro lado del paisaje,
donde atardece el día detrás de algunos cerros nevados eternamente.
La primera impresión fue que si
estás en El Bolsón, tenés que subirte a algún refugio de montaña, embarcarte en
la travesía de andar alguna ruta sinuosa o de ripio y llegar a donde la
naturaleza muestra su más hermosa entraña, donde permite que los cinco sentidos
exploten. La siguiente impresión es la de esta viajante observadora,
contemplativa. Válida también en este paisaje tan activo para transitar. Y
entonces ahí estuve, atenta con los cinco sentidos para absorber ese bálsamo
que lo es todo en este planeta. Sentirme como una minúscula partícula en todo
este infinito. Que de verás considero que así lo es. Sentirme viva.
Vivir de viaje es también lo que
me gusta observar a través de la ventana. Sin rumbo, agradeciendo llegar a los
lugares que debía llegar. Partiendo una y otra vez, con la maleta a cuestas y
cierta idea de que algún día tendré que volver.
¿A dónde?: creo que aún no lo sé.
¿A dónde?: creo que aún no lo sé.
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