A Sole Sanchez, por el empujón
Y a Nik, por siempre en mí
Lo que niegas, te
somete
Lo que aceptas, te
transforma
Me gusta
a veces, hacer balances. Este año, en el que creo que estuve dormida cuatro
meses, soñando el sueño que siempre quise, se me vuelve todo un desafío.
Porque, en verdad, no estuve dormida, pero sí estuve viviendo un sueño. Uno de
amor, con un hombre valiente, simple, bueno, con una casa en medio del campo
llena de ilusiones que compartió conmigo, amante de los viajes, de la
naturaleza. Qué curioso, ahora que enumero estas cualidades que lo describen
tan bien, recuerdo su carencia de palabras el día que me dejó.
Así, sin
más.
Tan sólo
dijo que para él, se había terminado nuestra bella historia de amor.
No
escuché de su boca ninguna palabra que tuviera que ver con los cuatro intensos
meses que estuvimos juntos. Con las ilusiones a las que nos animamos, con los
“te quiero” que supo decirme, con los encuentros sin pudor de nuestros cuerpos.
No
escuché nada. Y me quedé con este sabor a poco, que nada tiene que ver con lo
que viví junto a él. Me dejó con las manos llenas en medio del camino. Y que me
las arregle como pueda para poder seguir. Con el corazón destrozado, con
lágrimas rodando por mis mejillas, con la sensación de que mañana regresa, me
llama, ya llega mañana, ya falta menos...
Y es como
que todo ha comenzado en agosto: algún proyecto de estudio, un fuerte planteo
de qué me apasiona, con qué me identifico, un curso de manejo. Situaciones que
de repente me encontré preguntándome por qué no me las planteé antes, y la
respuesta que obtuve fue que antes, estaba empezando la historia de amor en la
que siempre quise estar.
Y sé que
estuvo bien, porque así fue como confié que valía la pena hacerlo. Sin embargo,
desde ese fin de semana en pleno invierno, promediando el 2013, el año se me ha
desbalanceado.
Y empezó
a sentirse el tiempo.
Y volví a entender que el tiempo es personal
y el camino es individual.
Una de los
primeros mimos que busqué para sanar
el dolor, fueron unos textos que alguien escribió y me los enseñó alguna vez.
Son textos que no hablan de un nombre, pero me encuentro en ellos como en
ningún otro lado. Hablan de una persona con ánimo, con la fuerza para lograr lo
que sueña. Que no lo ve en sí misma, que cree tener una muralla a su alrededor,
pero que tiene una sonrisa ASI de grande
y esa sonrisa puede más que cualquier tristeza. Pero que a veces no se
entera y se cree chiquitita y suplica.
Me gustó
reencontrarme con esos textos. Todo ayuda, quizá no de inmediato, pero algo
queda. Como las palabras de los amigos. Y de una en particular. Una amistad que
es lo único tangible que me queda de aquella relación de cuatro meses (algo con
lo que elijo quedarme, además de los recuerdos como película en la mente).
Porque siempre conocemos personas, algunas pasan, otras se quedan. Y este
permanecer o no, nada tiene que ver con un romance que se termina.
Algunas personas
ven y gustan de contarte los valores que encuentran en vos.
Otras
tan sólo te dejan y apenas te dicen dos palabras.
Acabo de
cortar al teléfono con ella y con su verborragia y su entusiasmo en verme mejor
(más que el mío propio), me deja la cabeza hecha un bombo pero no de
aturdimiento, sino de llamadas de atención. Tengo tantas alertas en la cabeza
ahora mismo, que si no me hago cargo de ellas, la necedad torcerá la balanza
para un solo lado y lo que es bueno lograr, es el equilibrio. Por lo menos a eso
quiero llegar con este texto: equilibrar las emociones, las ideas, los
recuerdos, las enseñanzas.
Y así
como la Vanina de ahora mismo, extraña la que fue feliz y enamorada en esos
cuatro meses, la Vanina que de a ratitos renace y siente el aire fresco que eso
trae, extraña la que es ahora, malherida, regocijándose en este dolor nuevo con
forma de corazón roto. ¿Inconformista? Seguramente. ¿Aferrada a todo más que a
ella misma?, también, probablemente. ¿Aprendiendo a “aceptar”, como en los juegos
de improvisación que aprendí en los talleres de teatro?, sí, aprendiendo.
Transitando el camino, recordándome que vale la pena hacerlo. Este es el camino
menos sencillo, porque te pide atravesar el dolor con la frente alta,
haciéndote cargo. Transitar el dolor desde el abrazo profundo a una almohada,
por ejemplo, pareciera que es doloroso, pero uno acaba regocijándose en eso.
Dulce tortura, innecesaria en los espíritus libres como un viaje, como lo es el
mío.
Y aunque
soy yo misma la que tiene que tenerlo claro, siempre están los buenos amigos,
esos que vienen a tu casa cuando saben que estas destrozada y que será un pelea
dura la que está por comenzar, esos que te llaman y te dan ánimo cuando ven que
flaqueas. Esos que intuyen o ven que estás por dar el paso que te dará más
dolor y te aclaran la mente. Esos que descubren que llorás a escondidas en el
trabajo y se convierten en hombro, pero también en fuerza para verlo claro y
seguir. Y la familia, incondicional, que nunca va a darte la espalda.
Este año
también tiene viaje. ¡Y vaya qué viaje! Sueño tras sueño realizado. Contemplar
naturaleza hasta el hartazgo. Todo fluye cuando la vida es viaje. La balanza
está en perfecto equilibrio en esa instancia. Porque no pido más que una ruta,
en el aire o en el suelo, un momento sin tiempo, una muñeca sin reloj. Tiempo
para escribir, para leer, para escuchar, respirar. Y a veces se suma gente y todo
está en sintonía. Aprendés a confiar y a
vivir sin manual. A que el plan sea el no plan. Se acortan las distancias,
creo que a causa de que pareciera que todo es posible: una casa en la montaña,
un cielo estrellado, un encuentro casual, emocionarse con sólo mirar el mar, bañarse
en un lago, amanecer en la ruta.
Visto
desde este extremo, este año pareciera que se empapó de lágrimas, de momentos
detenidos anclando la mente en un solo recuerdo y sin embargo, hubo meses de
alegría, de risas. Hoy siento que
enriquecí mi vida este año. A pesar del dolor, gracias a las sonrisas. Y
viceversa.
Y leyendo algunos textos, encontré unas líneas que transcribo, para aprender a vivir con la intensidad que nos completa.
"¿Que nos queda entre el miedo del comienzo y la tristeza de los finales?
Nos queda el camino. El mientras tanto. El transcurrir. Esa sumatoria de microsegundos donde transcurre eso valioso que llamamos la vida.
Y nos queda el único regalo que los finales nos deja justo antes de hacer su entrada: la firme convicción de que a todo hay que vivirlo con ojos atentos, manos abiertas y presente absoluto. Porque todo eso que no vivas con intensidad y a pura gratitud, el final se lo va a terminar llevando todo. "
Últimamente
los años se me pasan volando, pero este…
Este año
cambió tan drásticamente que se me desordenó. Y en el desorden me
encontré (cuando menos lo esperaba), encarando planes, cambiando estrategias,
como si recién todo estuviera por suceder. Quizá más que
desilusionarme, debería saber que existen los posibles. Y que aún queda mucho por aprender. Que
cuando duele tanto, es porque se crece y que aún tengo risa y sonrisas para
seguir.
Que el
plan, a veces, es el no plan. Por lo menos así me sirve entenderlo a mi, luego
de tantos años buscando el plan perfecto.
Y aceptar que nada se olvida, todo se transforma. Desde uno mismo, hasta las historias que vivimos. Creo que transformar debe ser una forma de almacenar lo que nos sucede. Porque lo que vivimos y las personas que se cruzan en nuestro camino, quedan por siempre en nuestra historia. Sólo hay que saber soltarlas del presente a tiempo, cuando ya es el momento que trasciendan, y estar agradecidos con la enseñanza que nos vinieron a dejar.