Encendió una chispa que cambió su mundo a la mitad. Ella se quedó en la mitad que quedó dentro. La otra, se hizo hielo por fuera del calor. Una lengua amarilla, ardiente, flameaba al compás del viento, que la avivaba aún más. Fue en la orilla de un mar azul, negro en aquel momento por la noche que se caía una vez más. Imagino que sus manos eran frías y sus pestañas color marrón. Presiento que había silencio en los muros del viento.
El fuego trae luz. Es en aquella noche que la leyenda vuelve esperanza las ilusiones tontas. Y es en la órbita de esa ronda invisible, donde se unen los mundos, de un mismo mundo, fraccionado, devastado.
Cuenta la leyenda que en la madrugada del día de San Juan, solía aparecer una dama muy blanca con el pelo muy largo y rubio, al pie de la cueva de la Camareta, a orillas del camino de la Junta de los Ríos, sentada en una piedra y peinándose con un peine de oro, preguntándole, si alguien pasaba por allí, sobre qué le gustaba más, si el peine o ella. Dicen que en cierta ocasión pasó un pastor y al hacerle la pregunta éste respondió que el peine, exclamando ella: ¡maldito seas, que por tu culpa seguiré encantada!
Una noche en la que las hadas quieren ayudarnos a quemar. Quemando, o aunque sea reflejando el fuego en nuestras pupilas, dejamos que cierta magia renueve la noche. Imagino el fuego iluminando su rostro, tan mio, tan lleno de nosotras.
Y un mundo que nos separa, pero una leyenda que nos une, en la noche de San Juan.
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