into the wild
La primera noche escuché una canción
que abrió una ventana a la adrenalina de los viajes. “Es un duro y gran Sol”
decía la letra, y la música rugía como para no olvidarse que ya estabas dentro
de la aventura.
Me he detenido los últimos días, a la
orilla del mar. No he podido evitarlo, ni tampoco quise. Mis pies fueron arena
y mi cabello, sal. La mirada se confundía con el viento y las huellas querían
ser una piedra más.
Observé al mundo desde todas las
estrellas que vi en el cielo. Vi lo ridículo que somos perdiéndonos en
laberintos que caen al vacío. El mismo vacío que, girando hacia un lado y otro
la cabeza, no logro abarcar.
Encuentros de mates o de vino blanco
en un atardecer para un cuadro, o en la noche de luna creciente que nos escucha
reír. Estos momentos, especialmente, acariciaron mi soledad poeta.
Mi casa ha
sido la certeza durante los últimos días, y parte de mi casa ha quedado en el
rastro que dejé. Un hogar como el deseo de aventura que alimenta cada partida.
Mi casa fue hundir los pies en el pequeño médano y sentir la cosquilla de la
arena que se levanta al avanzar. Mi casa fue la decisión impulsiva en un
momento cualquiera, de interrumpir lo que estaba haciendo, para ir hasta la
orilla del mar.
Caminar cada paso separando los dedos
y abarcarlo todo desde un solo gesto.
Mi casa fue sentirme cómoda descalza
y en traje de baño, y la certeza de poder hacerlo así en cualquier ocasión. Mi
casa era yo misma despertando y atardeciendo, agradecida al universo.
Un duro y gran Sol ruge mientras la
ruta me devuelve hacia otro lugar. Traigo por dentro mi casa, llena de
estrellas y espuma y aire de armonía. La aventura de encontrar en el espejo
cada día una sonrisa, es la que jamás abandono. Como la aventura de volver a la
naturaleza: a las montañas o al inmenso mar.