No queda rastro de buenos recuerdos ni de alegrías. No quedan signos de buenas aventuras ni del despertar. No hay más que euforias que se desvanecen como torbellinos. No hay luz, ni vacio. No hay par.
Guarda un prisma blanco que no reflecta ningún antojo. El cielo es plano en este derredor. Es como un robot con los brazos extendidos, mirando… Hay un cielo de estrellas infinitas rondando el límite de lo que alguna vez pudo ser.
Despojos.
No va más lejos que lo que el abismo permite. Volar no es sólo sueño. Es pesadilla, también. Intenta ser bueno y llenar una sonrisa, pero sólo es un cuento… Uno de esos escritos en los aeropuertos, o en los puertos, justo en el momento que se debe volver.
Y ni siquiera hay luz, ni vacío. Es un poco más que el inicio de un temor. Toma la iniciativa para soplar un deseo y en el espejismo de verlo concreto, se sienta y escribe una vez más su oración. Una que no reza plegarias, telarañas, sino la que equivoca los sueños para vivir otra realidad. O quizá sea esa la verdad que rodea esta quimera. Viajera, certera, justo en el momento que todavía, es la palabra final.